INTERNACIONAL
Turquía

¿Pueden los graves retos internos frenar el resurgimiento regional turco?

Erdogan ha querido aprovechar este contexto tan boyante geopolíticamente para arremeter contra la oposición política interna. Pero esta vez puede que el presidente turco se haya excedido

Simpatizantes del alcalde de Estambul, Ekrem Imamoglu, durante una protesta el viernes.
Simpatizantes del alcalde de Estambul, Ekrem Imamoglu, durante una protesta el viernes.OLGA BOZOGLUEFE
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La ola de protestas en Turquía a raíz del arresto del alcalde de Estambul, Ekrem Imamoglu, el 19 marzo, lleva semanas agitando el país, y vuelve a especularse sobre el posible fin del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, después de 22 años a la cabeza de un régimen cada vez más autoritario. Este intento de suprimir a su principal rival político se ha podido llevar a cabo porque el régimen se encuentra en un momento de fuerza geopolítica. La cuestión es si, económica y políticamente, Erdogan se lo puede permitir.

La caída del régimen de Bashar Asad en Siria en diciembre de 2024 pilló por sorpresa al mundo entero. Tanto dentro como fuera de Oriente Próximo los gobiernos se habían resignado a normalizar relaciones con el presidente sirio, responsable de la muerte de cientos de miles de civiles en una brutal represión antes y durante la guerra civil desencadenada tras las revueltas de 2011. En mayo de 2023, Siria fue readmitida en la Liga de Estados Árabes. Europa estaba cada vez más dividida sobre la situación de aislamiento del país.

El apoyo de Turquía a Hayat Tahrir al Sham (Asociación de Liberación del Levante), más conocida por sus siglas HTS, que tomó Siria en dos semanas, fue decisivo. El jefe de los servicios secretos turcos, Ibrahim Kalin, estaba rezando en la Mezquita Omeya tres días después de que Asad abandonase Damasco. Y el turco Hakan Fidan fue el primer ministro de Exteriores en visitar la capital siria. Turquía tiene en el dirigente de HTS y, ahora presidente (supuestamente) interino, Ahmed al Sharaa, una persona dispuesta a dejar su pasado yihadista, al menos en apariencia, y a adoptar el traje y corbata del Partido de Justicia y Desarrollo (AKP). La extensión de la influencia turca sobre Siria consagra la ambición neoimperialista otomana que soñaba Erdogan.

Oriente Próximo se encuentra todavía conmocionado por lo sorprendente del cambio y porque de la transición política siria pende la reorganización de toda la región. Entre otras cosas, la victoria turca en Siria supone, una vez más, un triunfo para su modelo de islamismo. Los Hermanos Musulmanes, parte del eje turco-qatarí, barrieron Oriente Próximo y el Norte de África tras las revueltas árabes, con victorias electorales en Egipto, Túnez, Libia y dominando la transición política en Yemen. Desde entonces, sin embargo, fueron expulsados del poder derrota tras derrota. Y parecían acabados, enterrados en su último bastión, con la destrucción de Hamas en Gaza.

Paradójicamente, la guerra en Gaza ha dado alas al modelo islamista modernista de Turquía y los Hermanos Musulmanes. La brutal contraofensiva israelí a los ataques del 7 de octubre de 2023, que arrasó el Líbano y desestabilizó Siria, facilitó la victoria del HTS. La campaña militar israelí contra Gaza ha sido -y continúa siendo- de tal brutalidad que ha dejado a la región consternada. Más allá del apoyo al pueblo palestino, Hamas se ha convertido en un símbolo para muchos en Oriente Próximo y el Norte de África. En este contexto, Egipto, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos tiene una menor predisposición a reavivar el conflicto contra esa corriente islamista que lideran Turquía, Qatar y los Hermanos Musulmanes.

Erdogan ha querido aprovechar este contexto tan boyante geopolíticamente para arremeter contra la oposición política interna. Pero esta vez puede que el presidente turco se haya excedido. La oposición se está movilizando y las protestas crecen, mientras la represión policial se intensifica, con alrededor de 2.000 detenidos. Se trata del desafío ciudadano más importante al que se enfrenta Erdogan desde las protestas del Parque Gezi, en 2013, que se extendieron durante tres meses por todo el país.

Repercusiones económicas

A estas protestas, además, se suman graves problemas económicos internos. La detención del alcalde de Estambul ha tenido repercusiones financieras inmediatas: la lira turca se ha depreciado con fuerza, alcanzando un nuevo mínimo histórico, y llevando al Banco Central a vender más de 25.000 millones de dólares de sus reservas para contener la caída de la moneda.

De esta forma, se han vuelto a poner en riesgo los esfuerzos de los últimos meses por reformar la economía, entre las 20 más grandes del mundo, pero con serios problemas de inflación y erosión del nivel de vida en los últimos seis años, que ha supuesto un precio político. Cuando Erdogan ganó las últimas elecciones presidenciales en mayo de 2023, todo apuntaba a que la política económica del país iba a continuar por una complicada senda heterodoxa, que amenazaba con terminar en una grave crisis de balanza de pagos. Sin embargo, para sorpresa de muchos, Erdogan optó por nombrar al frente del ministerio de Economía y del Banco Central a respetados economistas, quienes durante los últimos 18 meses se han esforzado por corregir los principales desequilibrios de la economía.

Los tipos de interés pasaron del 8,5% en junio de 2023 al 50% en marzo de 2024, consiguiendo un control progresivo de la hiperinflación, que ha pasado de situarse en el 75,5% en mayo de 2024 al 39,1% en febrero de 2025. El déficit por cuenta corriente se redujo más de la mitad, situándose en el 1,9% del PIB a finales de 2024, con entradas de capitales en el país y una fuerte reducción de la dolarización y la demanda de moneda extranjera y oro. Las reservas exteriores netas del Banco Central fueron aumentando y las restricciones impuestas al sector bancario, por ejemplo en forma de garantía de los depósitos denominados en liras, disminuyendo. La mejora progresiva de los fundamentales económicos llevó a Turquía a ser el único país del mundo cuya calificación crediticia fue elevada por las tres principales agencias de rating en 2024.

A pesar de estas mejoras, la situación económica y financiera de Turquía sigue siendo endeble, con una inflación aún muy elevada, una moneda débil, unas cuentas exteriores en proceso de recuperación, una confianza inversora relativa, una tasa de ahorro reducida y una población que ha perdido mucho poder adquisitivo. Y de nada servirá poner en marcha algunas recetas económicas de los libros de texto si no hay una mínima calidad institucional y garantía de respeto al Estado de Derecho.

La caída del régimen de Bashar Asad ha dado una nueva proyección regional a Turquía. El sorprendente cambio de fortuna geopolítica, al menos de momento, supone un importante respaldo para Erdogan, que atenúa el posible daño de las protestas internas. Pero a medio y largo plazo, lo que hoy Turquía se puede permitir geopolíticamente, quizá no lo aguante su economía.

*José Vericat es investigador principal para Oriente Medio y Norte de África del Real Instituto Elcano.

Judith Arnal es investigadora principal para Asuntos Económicos del Real Instituto Elcano.